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No hay día en el que alguien, en algún punto de nuestro país, no se lamente por la situación de la música clásica en España. Un tema redundante que genera diversas culpabilidades según la persona que se atreva a juzgar.
Ya comentamos en el artículo ¿Por qué no vamos a los conciertos? que la culpa puede llegar a ser del público (que son unos ignorantes), del músico (que no es bueno o no sabe hacer una “llamada de asistencia”), del programa (que era demasiado contemporáneo, o demasiado antiguo), del auditorio o teatro (que las entradas son muy caras), del político de turno (que no ayuda a ese festival), de la previsión meteorológica (que dice que va a llover y mejor me quedo en casa), del familiar de turno (que justo hoy, a esa hora, ha venido a verme), de… La noble y respetable acción de quejarse funciona hasta que se acaban las excusas.
Recientemente, dos experiencias me han seguido mostrando la ceguera que últimamente nos contagiamos unos músicos a otros. En una de ellas, un director de un festival acusaba al único problema y única solución, la falta o la necesidad de más subvenciones. Es decir, aquello del “dame el dinero que ya veré yo si funciona mi proyecto”. La “subvencionitis”, junto con la cieguitis y la quejitis tienen una solución: abrir los ojos, ver, examinar, y escuchar.
En una entrevista radiofónica de obligada escucha ofrecida por el director de orquesta Valery Gergiev a la BBC hablaba de un país con una situación más extrema: Estados Unidos. Muchas de las orquestas que allí sobreviven lo hacen gracias a donaciones privadas del rico de turno que decide que hoy es un buen día para dar 30 millones de dólares y llenar el depósito de gasolina para otro par de años. “¿Y el día que alguien ya no quiera dar más dinero? ¿Qué va a pasar ese día?”, reflexionaba Gergiev ante los micrófonos de la radio pública británica. “Esa no es la solución en absoluto”. Norman Lebrecht, el entrevistador, seguro que sonreía como lo hacíamos todos. Por fin alguien del calado de Gergiev se daba cuenta.
“Hay muchas orquestas que tienen ese problema, como la Orquesta de Filadelfia u otras muchas. ¿Y cuando no haya alguien que quiera poner 20-30 millones, qué va a pasar? Esa no es la solución, es solo un parche temporal que se acabará por terminar. Lo que se necesita es construir un público, realizar proyectos en los que el asistente se sienta involucrado, se sienta atraído por la oferta musical que los músicos ofrecemos”. Valery Gergiev seguía, durante algunos minutos, utilizando las palabras precisas en su inglés casi Siberiano pero contundente, con una fuerza argumental abrumadora. Escuchar ese discurso a un director que está harto de dar la vuelta al mundo dirigiendo a las mejores orquestas nos debería dar que pensar.
Tenemos la obligación de ser constructores de público. No es fácil decir qué camino tomar para hacerlo, pero todos tenemos muy claro qué vías no ayudan ni ayudarán nunca a esta llamada a la acción. O bajamos de nuestro pedestal, o nos quedaremos en él, plácidos, intocables, y adorados… por nadie.
Totalmente de acuerdo, Mario.
Es hora de abandonar el victimismo y el echar la culpa a factores externos y tomar las riendas de construir un público nuevo. Para ello quizá también debamos abandonar la zona de confort y estar abiertos a propuestas y experiencias distintas.
UN saludo!