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Una persona profesional de la música o de la danza normalmente llega a serlo porque desde edades tempranas ha dedicado un tiempo enorme a practicar ese arte. De no haber sido así, sus posibilidades de alcanzar la profesionalidad hubieran sido muy limitadas. Por eso se crean los Conservatorios que son necesarios para esta preparación profesional. Pero estas dos realidades (empezar pronto y habilitar centros específicos de formación) no tienen por qué ir unidas.
En muchos países la iniciación temprana a la música se realiza en la enseñanza general a través de un currículo práctico; en otros se refuerza el plan de estudios general con la práctica de un instrumento para aquel alumnado que lo desea; en la mayoría se crean centros que suelen llamarse Escuelas de Música para la iniciación y, en muchos casos estas escuelas sirven de «cantera» para seleccionar los casos más sobresalientes y derivarlos a unos centros de alto rendimiento que también reciben diferentes nombres.
Cuando se realizó el plan de estudios del 92, más conocido como LOGSE, se apostó por ese modelo más habitual: potenciación de Escuelas de Música, con un currículo abierto y cuya finalidad sería doble: formar músicos aficionados y, en casos especiales, prepararlos para el ingreso, en el momento que se considerara oportuno a unos centros muy específicos que serían los Conservatorios.
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Esta es la razón por la que se reguló el acceso directo a diferentes cursos (así, un aspirante podía pasar de una Escuela de Música directamente al Conservatorio Superior), el bachillerato musical (esperaban que todos los que entraran en un conservatorio en la edad del bachiller fueran de un claro perfil artístico y, por tanto no irían a la Universidad), los centros integrados o el currículo creciente a medida que se quitaban asignaturas en su bachiller específico. Finalmente y, atentando contra la naturaleza de este modelo, debido seguramente a presiones de algunas Comunidades Autónomas, se reguló el llamado Grado Elemental.
Y así, no hay nada peor que una ley pensada para un modelo que se aplica una realidad totalmente diferente. De la teórica proliferación masiva de Escuelas de Música se pasó en muchas Comunidades a una potenciación de Conservatorios de todo tipo: Elementales, Medios (que después denominaron «Profesionales») y Superiores.
Así nos encontramos en muchas Comunidades Autónomas con unos Conservatorios que son prácticamente la única vía para acceder al aprendizaje de la interpretación musical, en los que unos profesores elegidos para formar profesionales con un currículo pensado para formar profesionales imparten clase a un alumnado que, en el mejor de los casos, su tasa de profesionalización llegará al 10%.
Al ser un sistema totalmente rígido hay serios problemas para enseñar a ese 10% lo que realmente necesita sin castigar al otro 90% y, en la mayoría de los casos se queda a medio camino, sin ser satisfactorio para ninguna de las partes: una tasa de abandono enorme mientras cada vez más, los casos sobresalientes se realizan el currículo a su medida al margen del sistema público de conservatorios.
¿Es el conservatorio el mejor lugar para iniciarse en la música? Clic para tuitear
Con todo ello, la pregunta inicial de si es el mejor lugar para iniciarse en la música, la respuesta es, rotundamente no, tanto si sospechamos que nuestro hijo/a tiene serias posibilidades de formar parte de ese 10% como si es del otro 90%. Sin embargo, en la mayoría de los casos no existe otra alternativa, las Escuelas de Música son bastante limitadas en cantidad y en variedad de oferta y suelen tener un componente demasiado individualista y atendiendo a los gustos instrumentales de una demanda desinformada, lo cual limita enormemente las posibilidades de crear conjuntos musicales coherentes.
Existe una tercera vía, que es la que está funcionando mejor que es el ingreso en un sistema de conjuntos (bien sea Banda como en muchos lugares de España, Orquestas como en Venezuela o Big Band como en Sant Andreu, incluso Coros) y allí recibir una formación con una finalidad principal que es dar la oportunidad de hacer música en un conjunto coherente, para de ahí, ir sacando únicamente los casos más sobresalientes y derivarlos a una formación más específica. La solución a este problema sería simplemente convertir a este modelo los centros existentes, pero las reconversiones en este país no han sido nunca nuestro fuerte.
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Un artículo realmente interesante. Los profesores nos sentimos frustrados cuando nuestros alumnos no progresan según las programaciones establecidas, y por otro lado los alumnos tampoco avanzan porque pierden el interés al tener que hacer la música de una manera rígida.
El porcentaje de niños excelentes no va a subir de ese 10%, pero considero que el restante 90 % debería disfrutar más y aprovechar este tipo de enseñanza como una base para las dificultades que encontrarán en un mercado laboral cada día más competitivo. Creatividad, organización, responsabilidad, control de estrés y miedo escénico, etc….
Solución, adecuar las programaciones a cada niño, pero no de manera que se suele decir….la programación ha de ser abierta y flexible, sino realmente hacer cambios importantes para que el niño desarrolle su máximo potencial….
En este aspecto, y por supuesto con las leyes, aún estamos en pañales.
En este artículo, el autor ha dado en el clave con «no hay nada peor que una ley pensada para un modelo que se aplica una realidad totalmente diferente.».
Esa es la madre del cordero, pues los músicos de conservatorio, que tan bien definía en el artículo anterior, han hecho lo imposible por volver a lo de siempre y al cabo de más de veinte años, lo han conseguido. ¿Qué han conseguido? seguir elaborando conservas musicales más difícles de degradar que los residuos radiactivos.
Los conservatorios elementales de música ( a quienes sugiero empezar por cambiarse el nombre) tenían que haberse reconvertido todos sin excepción en escuelas de música. Sin embargo cómo han quedado es un fenómeno indescriptible, que veo de primera mano en mi ciudad, Alcalá de Henares y que, por lo que cuenta se repite de manera idéntica al menos en Andalucía.
Si los conservatorios hubieran seguido esa inteligente reconversión, hoy en día dispondríamos de una red nacional de escuelas de música mucho más amplia, mucho más dotada y que no dependería del interés que cada grupo político tenga en cada periodo gubernamental, por dicho proyecto. A pesar de los pesares, que no viene al caso enumerar, las escuelas están enfocadas exactamente a lo que el autor propone: a la creación de grupos de práctica musical en los que se puedan incorporar los alumnos cuanto antes. El proyecto inicial era magnífico, lo que queda hoy en día de él, sigue siendo una alternativa muchísimo mejor a los conservatorios. Si los conservatorios siguen en esa línea, se condenan ellos mismos a la extinción.
Por suerte cada día hay más alternativas privadas, con titulaciones reconocidas, que ofrecen lo que la red pública no hace. Pero aquí ya entramos en el abandono de lo público en beneficio de lo privado a que estamos asistiendo en todos los ámbitos desde que les dio por desbaratar nuestro sistema «del bienestar».
Lo que hace el autor es el único camino posible, reberlarse en la medida de su posibilidades. Porque sólo nosotros mismos, los propios músicos, seremos capaces de cambiar nuestro sistema de ensañanza musical.
Tomemos ejemplo y no consintamos lo que nos parece erróneo, negativo o deteriorado. Es la única alternativa
Muy interesante el artículo, saludos.
Enhorabuena por tu artículo Albert.
Con reflexiones como la tuya poco a poco la gente debe ir concienciándose de la verdadera realidad.
Nosotros ya llevamos varios años trabajando en el cambio que tú mismo describes con Proyecto LUNA, pero es interesante que surjan muchos más proyectos como el nuestro para colocar la enseñanza musical en un lugar mucho más merecido del que tiene hoy día.
Ánimo a todos para hacer posible el cambio y muchas gracias al autor por elevar a la comunidad de músicos y su entorno este llamamiento.